LAS ANÓNIMAS QUE LO HICIERON POSIBLE (1994)

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(Página original de Nuestra Historia de 1994)

El cuento colectivo          
LAS ANÓNIMAS QUE LO HICIERON POSIBLE
x Puntada con Hilo (Sección «Nuestra Historia»)

«Descubrí el poder de la organización… Me realicé siendo solidaria… Me desgarró dejar a mi hijo, pero opté por la lucha armada… Siempre he estado en la pelea por la vida, antes, durante y ahora…» .
Es el testimonio de mujeres chilenas, de diversas edades, que por convicción política, por principios religiosos o simplemente por la vida, lucharon contra la dictadura.Son anónimas porque la historia no las nombra, y también porque hay quien prefiere no ser identificada, pues no cree que «esta democracia garantice la seguridad ciudadana».

SOY CLAUDIA
«Comencé yendo a confesarme a la Parroquia en los 70, era adolescente. En el 87, ingresé a una organización cristiana porque descubrí al Cristo aterrizado.Leía revistas que circulaban ilegalmente y supe que existía la tortura. Mi tío había sido detenido en el 73, pero recién ahí tomé conciencia de lo que le había pasado.Antes, yo creía que Pinochet era el progreso y el orden, pero vi miseria y secuestros a la plena luz del día…».

MARITZA REBELDE
«Todos mis esquemas se quebraron muy rápido, fue un torbellino de acontecimientos. Mi papá se tuvo que jubilar, mi hermano mayor se arrancó del país porque lo buscaban, mi casa se empobreció y mi mamá lloraba mucho; me puse rebelde, me metí en política y me expulsaron del Liceo…
Luego de la frustración, aún en dictadura, salí adelante gracias a lo social, me hice monitora de niños y mujeres».

MARÍA COSTURERA
«El día en que mataron a tres jóvenes (16, 18 y 21) de la población y que fueron a buscar a la mía de 13 años para declarar, supe que esto iba a ser terrible.  
En el 73, yo tenía más de cuarenta. Toda mi vida he sido militante de izquierda, porque desde muy joven tuve que trabajar como obrera textil y fui explotada. Vi otras represiones, pero ésta fue la peor.
Me había jubilado, trabajaba cosiendo en mi casa. Nos allanaron, pero no nos llevaron. Di gracias a la vida y me dediqué a ayudar a compañeras a arrancarse, les cuidé sus hijos, busqué casas para esconder jóvenes, cosí ropa para los presos, banderas y lienzos para las protestas, ayudé en las barricadas».

MADRE DE UNA RODRIGUISTA
«Mi hija era del Frente (Manuel Rodríguez). No hablábamos de eso, yo no quería saber nada por si tomaban presa. Le mataron a su compañero y ella siguió. Yo nunca sabía si iba a verla nuevamente, pero no le hablé jamás de mis miedos. Así aporté a su lucha, rezando también… y acogiendo en mi casa a quiénes ella me indicaba…».

CECILIA Y LA OTRA OPCIÓN
«El 11 me fui a una fábrica en el cordón Vicuña Mackenna, teníamos las ganas y la disposición de defender la democracia, más nada. Las armas no llegaron y nos tuvimos que retirar con las manos vacías…
En diciembre del 74 detuvieron a mi hermano, luego allanaron la casa de mis padres con Osvaldo Romo a la cabeza. Reconoció que lo tenía detenido. Mi mamá le pidió que le llevara ropa y Romo accedió. Hasta el día de hoy no sabemos nada de mi hermano…
Al principio participé en el Comité Pro Paz, pero me convencí que no iba a lograr nada por el camino semi-legal. No me iba a quedar de nuevo con las manos vacías, entonces me decidí por la guerrilla urbana. Contra un ejército convencional había que pelear con otro, pero del pueblo. 
Estuve en recuperación de dinero en Bancos, en ataques a cuarteles de la CNI, en voladuras de torres.
Mi compañero, al que conocí en esa misma lucha y con el que tuve a mi hijo, fue asesinado en un enfrentamiento con carabineros. Yo más tarde caí presa y estuve once años en la cárcel.
No fue fácil nuestra opción. Tuvimos que renunciar a una parte de nuestra vida, a nuestro hijo que a los dos años dejamos con mis padres. Lloramos y sufrimos juntos, pero en ningún momento él me dijo quédate tú. Nos prometimos que el que volviera le contaría la historia al niño. Hoy estoy con él, a mi hijo le duele nuestro alejamiento, yo entiendo su dolor, también es el mío. Viví el desgarro terrible de no estar juntos, pero no creo en la subordinación de unas a otros, tenemos cada una y cada uno vida propia y ésta es la que yo elegí.
Mi hermano, desaparecido hace 20 años, me habló por primera vez de la justicia social, desde ahí no he cesado de creer en la revolución».

EN LAS OLLAS COMUNES
«Algunas personas tuvieron miedo de saludarme porque era de la JAP en el gobierno de la UP, pero muchas otras fueron solidarias.
La pobreza era grande y con un grupo de mujeres organizamos una olla común. Nos juntábamos muy temprano, íbamos donde los veguinos, algunos cooperaban con verduras y después recolectábamos en la población. No era regalo, sino organización: muchas familias nos alimentábamos así. Al calor de la olla, formamos grupos de jóvenes, de discusión, de teatro poblacional. Todo eso para denunciar la injusticia».

JUANITA, EX MONJA
«He luchado pensando en personas concretas: Roberto Gallardo, un joven que conocí el año 72 en El Quisco, quién me habló por primera vez sobre la lucha popular; y su compañera, Mónica Pacheco. Su amistad marcó mi vida.
El año 75 fueron detenidos y muertos en tortura en Villa Grimaldi. Yo los retiré de la morgue… Había dos cadáveres más: el del padre de Roberto y el de su hermana Catalina. Ella tenía un niño de cuatro meses cuando fue asesinada. Me impactó enormente la crueldad, Catalina estaba sin ojos.
Entré a trabajar en el Comité Pro Paz, fui a Puchuncaví y a Ritoque a ver gente torturada que estaba en hospitales, atendí heridos, visité a los relegados y a los presos. Luego, mi Congregación me prohibió seguir.
Entonces, ingresé a un grupo de Misión Obrera. Seguí en contacto con la mamá de Roberto y con el niño de Catalina que hoy tiene 19 años y es mi ahijado. Actualmente vivo con ellos en la población. Posteriormente me uní al Movimiento Contra la Tortura «Sebastián Acevedo». La Congregación me envió al Perú.
Cuando regresé, dejé los hábitos».

LA LUCHA CONTINUA
«Hoy mis preocupaciones más grande son los presos políticos de la democracia y la cárcel de Alta Seguridad, que es el mayor atropello a los DD.HH. de los chilenos, desde el año 90.
En la población, peleo con los ‘pacos’ cuando llegan a pegarle a los niños y les revuelcan el neoprén en la cabeza. Para mí, esta es una opción de vida».
Cuentan que han llorado, pero también han reído, pololeado, bailado y sido felices.
Dicen que no son reconocidas por la democracia actual, pero que igual no se han ido para la casa, ya sea porque siguen en organizaciones poblacionales o porque, simplemente, no han dejado de creer «en una sociedad más justa».

FUENTE: PUNTADA CON HILO, AÑO 1, Nº 3, OCTUBRE 1994