ANA DEL CARMEN DE LO PRADO, FEMINISTA POPULAR (1995)
Ana del Carmen, de Lo Prado
LAS NIÑAS ‘MALAS’ SE QUIEREN Y SON FELICES
x Puntada con Hilo (Sección «Nuestra Historia»)
Viví desde los cinco años en Conchalí, en una toma que habían realizado mi madre y mi padre junto a otras familias. Salí de ahí a los 19 años, cuando pasé de la casa de mi padres a la de mi marido. Mi mamá y mis hermanas lloraban como si me fuera a morir… Debía seguir a ese hombre, había quedado embarazada y estaba casada, y a una le dicen bien clarito: «hasta que la muerte los separe»… Lo mismo estaba cumpliendo mi mami, y a lo mejor no quería, y entonces lloraba.
El día en que salí de la maternidad no quería familia ni esposo, sólo deseaba irme lejos con mi hija, me pesaba estar casada.
El había llegado a buscarme en un camión cuando yo tenía ya ocho meses de embarazo… ¿Cómo llegué al embarazo? Lo único que yo buscaba era que me quisieran. Que ese hombre con el que pololeaba, y al que encontraba lindo estuviera conmigo, deseaba sentir su cuerpo. Era algo nuevo para mí y quería vivirlo… pero no sabía cómo.
‘BIEN EDUCADA’
Cuando chicas nos encerrábamos con mi hermana a escribir y dibujar. Me gustaba inventar historias. Escribí cuentos y gané premios en el colegio… Pero todo me lo fui guardando desde que mi mamá un día me dijo: ¡Con esas huevadas no vas a comer nunca!
Yo debía ir a misa, rezar el rosario y ser ‘buena’ niña.
«¡Yo a mis hijas las crío bien. Nadie va a poder decir nada de ellas!», afirmaba.
Ser bien educada significaba obedecer en todo, ser simpática y agradable para el resto de la gente, muy dócil, ser señorita y no juntarse con niñas ‘malas’. Las malas eran las que pololeaban mucho, usaban pantalones, el pelo desordenado, maquillaje. Para ser niña buena había que ser todo lo contrario. Yo obedecía, y a la vuelta de la esquina sacaba los pantalones que llevaba guardados en el bolso para ponérmelos. Igual, en la noche, me arrancaba a los maizales junto con mi hermana. Nos tirábamos en el maíz, para sentirlo, para sentir el viento. ¡Corríamos, corríamos como caballos desbocados! No había donde perderse, lo pasaba mejor siendo ‘mala’.
TEMOR DE DIOS Y DE LA POBREZA
Fuimos diez hermanos. Cada vez que mi mamá quedaba embarazada, yo veía sus ojos tristes.
Es cierto que igual recibía a los hijos con harto cariño, pero yo veía que con el cariño no alcanzaba. Duele ser pobre. Mi abuela materna iba a la Vega haciéndose la coja para sacar verduras, los veguinos a veces la pillaban, pero ella llegaba con la bolsa llena.
Y mi madre estaba ahí, guatona, sin poder hacer más por la vida…
No abortaba, porque era católica. Tenía temor de Dios.
Mi viejo llegaba con su poca plata el fin de semana y mi mami le decía: «¡Manuel por Dios, que voy a hacer yo con esto!». «Usted sabrá pues negra…», le respondía él. Y ella, inteligente, luchadora hacía el pan, la ropa, todo.
NIÑA POBRE, NIÑA BUENA, NIÑA-MADRE
Mi mamá comenzó a trabajar como obrera y yo, la mayor, empecé a llevar la batuta.
Tomaba a mis cabros… es decir a mis hermanos, que eran como míos y asumía, los cuidaba, me los llevaba al cerro y jugaba con ellos…
Me hubiera gustado llegar a ser alguien, en el sentido de una profesión, pero a los 16 entré a trabajar.
Antes pensaba que había sido la falta de recursos la que había truncado mis sueños. Pero no fue sólo eso. En esos años, los 60, estudiábamos en colegios gratuitos y buenos.
A los niños de escasos recursos nos daban hasta el uniforme. Yo era buena alumna, pero un día mi mamá dijo que yo tenía que trabajar. Esa fue mi domesticación en la vida. Desde el primer día en la fábrica, entendí que las cualidades y las inquietudes no servían, que mi esfuerzo, mi trabajo, mis logros eran para el patrón.
Yo era una niña que había entrado al mundo de los adultos y tenía que jugar bajo sus reglas: ¡eres mujer, eres pobre, este es tu camino!
MATRIARCADO Y MACHISMO
Vi a mi mamá transformarse en el hombre de la casa. Autoritaria. Dura. «¡Tengo que poner orden en esta casa!», decía. Ella organizaba a las mujeres de la población para conseguir el arranque del agua, y todo lo que hiciera falta… Mi papá en esas cosas triviales no se metía. Su negra sabía mejor. Era un hombre bueno, cariñoso y cooperador que asumía su rol de trabajador, y punto.
Me daba rabia mi mamá, y el mundo de las otras mujeres no me parecía mejor. Se reunían en mi casa para la actividad vecinal y aprovechaban de hablar de sus cosas. Nosotras las niñas no podíamos estar en esas conversaciones, pero pegábamos la oreja a la puerta… Hablaban como en clave de cosas que apenas entendíamos, pero imaginábamos.
Contaban sus historias. Criticaban a otras mujeres, a las separadas, a las que tenían amantes, a las que abortaban, contaban casos dramáticos de las que se habían muerto… Era un mundo tenebroso el de ellas, cargado de rabia y dolor.
DEL PATRIARCADO A LA REBELDIA
No se si soy muy machista, no logro mirarme desde afuera, pero recuerdo que ya casada, también tuve que vivir en un campamento, y tomé decisiones y actitudes de hombre. Ellos estaban en sus pegas y llegaba un camión con ripio, entonces había que descargarlo y construir. Lo mismo ha pasado en mi vida afectiva. Hubo tiempos en que yo era la mujer que esperaba y le ponía desodorante ambiental a la casa para cuando él llegara, porque, según yo, ese hombre nos entregaba todo… Luego de eso, me enfrenté sola con la muerte a raíz de un aborto… No me quería nada a mí misma y no me morí sólo porque me acordé de mi hija. Cuando volví a mi casa, gracias a que otra mujer me prestó plata para la micro, después de tres días de estar yo ausente, mi marido me dijo: «¡Ah, volviste!»…
Luego de eso tuve que armarme de nuevo. Construirme. Y apareció mi rebeldía. Un 8 de marzo fue decisivo. Algo me pasó. Desperté. Fue mágico.
PARA SER FELIZ
Decidí cuestionarlo todo y descubrí que la vida que había aceptado vivir hasta entonces no me había hecho más feliz. Cumplí con las leyes, cumplí con mis padres, cumplí con mis hijos, con mi marido, con esta sociedad. Todo en la búsqueda de una promesa de felicidad que a una le hacen cuando la educan. Seudofelicidad. Porque para ser feliz de verdad, hay que alejarse del Patriarcado, porque él es sanción social y proyectos negados. Es pasarse llorando penas. La gente oye y se compadece: una ‘pobre mujer’ llorando, ‘lo normal’. Eso no da frutos. Hoy reclamo derechos, amo a quien quiero y busco independencia. Los que me oían llorar ayer, hoy no quieren ni verme. Soy de esas ‘niñas malas’ con las que tenía prohibido juntarme. Pero soy Yo Misma, y éste es Mi Fruto.
FUENTE: PUNTADA CON HILO, AÑO 2, Nº 6, ABRIL 1995