BUSCANDO NUEVOS CAMINOS (1994)

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(Contratapa original de 1994)

BUSCANDO NUEVOS CAMINOS
A principios de marzo preparábamos un taller dirigido exclusivamente a trabajadores y obreros de la construcción y de fábricas e industrias. No podíamos ocultar nuestra preocupación e inquietud debido a los estereotipos -¿mito o realidad?- que se han construido sobre los varones pertenecientes a sectores populares, ya que se dice que por sus condiciones y experiencias de vida son seres «acorazados» e «invulnerables».

NO TIENEN/TENEMOS ESPACIOS Y OPORTUNIDADES PARA APRENDER POSITIVAMENTE A COMPARTIR, HABLAR Y SACAR EMOCIONES.
Poco antes de iniciarse la primera sesión, nos preguntábamos si este grupo de hombres sería capaz de abrirse y develar sus «rollos» propios de género y de clase.

Llegan. Sus rostros reflejan agotamiento, pero también una mezcla de curiosidad por este taller. Ante la propuesta de que debíamos estar descalzos para realizar las actividades, muchos, a través de sonrisas nerviosas y tallas,  expresan actitudes de timidez e inhibición.

Comenzamos el primer juego de integración grupal y se manifiesta, a pesar del cansancio de la jornada laboral, energía y vitalidad acompañada de una alegría desbordante. Algunos se esfuerzan en que su equipo resulte ganador y surgen ciertos rasgos rudos y competitivos.

En la segunda sugerencia, bailar sólo entre hombres, nuevamente se lanzan aquellas bromas inhibitorias dirigidas a nos/otros y porque no, a ellos mismos. La gran mayoría, alrededor de 15 hombres, eluden y evitan algún tipo de cercanía o contacto físico. Uno de nosotros, como facilitador, propone bailar al propio ritmo y que intenten conectarse a sensaciones de su vida y básicamente a aquellas vinculadas a una/s rabia/s o broncas vividas. A medida que la música aumenta, en fuerza y rapidez, algunos de ellos comienzan tímidamente a golpear y patear cojines y colchonetas. Al cabo de unos minutos, casi la totalidad de los varones se encuentran involucrados con sus propias iras y rabias.

Rostros congestionados, ceños fruncidos, caras distorsionadas, muecas de dolor y angustia, ojos tristes y húmedos, labios tensionados, puños apretados, cabezas inclinidas, cuerpos encorvados, dicen y detallan nítidamente que este grupo de hombres, con historias propias e individuales, posee algo en común: no tienen/tenemos espacios y oportunidades para aprender positivamente a compartir, hablar y sacar emociones.

Posteriormente se realiza un círculo de hombres, juntos y abrazados, y se propone gritar al mismo tiempo la vocal «A», después las palabras/sílabas «NO», «GOL» y siguen, con sus propios ritmos y fuerza, sus rabias y dolores. Esta vez sus rostros expresan sorpresa y reflexión. Al son de una música suave, se les invita a tenderse y a vincularse con sus sensaciones, con las siguientes preguntas: 
¿Qué siento, cómo me siento y en qué parte de mi cuerpo siento?

Testimonios
Después de algunos minutos se forman pequeños grupos de a cinco para compartir la experiencia vivida:

«…Me acordé de mi papá de esa vez que después de un partido de fútbol, me invita a salir con sus amigos. No me doy cuenta que estamos en una casa de puta. No quise acostarme con una de ellas. Mi papá me trató de maricón…».

«…Todavía me acuerdo por allá por el año 85, la Vicaría había organizado una actividad que se llamaba Jornada por la Vida. Me puse en las escaleras de la Catedral con mi guitarra a tocar «Gracias a la vida». Llegaron los pacos y me tomaron preso. Me rompieron la guitarra y me sacaron la cresta arriba del bus. Pucha que tengo rabia…».

«…Me acordé del capataz de la pega. El ‘hueón’ siempre anda maquineando. Por cualquiera ‘huea’ te reta y te humilla. Sentí que le sacaba la cresta. Me gustó harto…».

Son muchos los relatos vinculados a esta emoción, pero, sin duda, el que impacta por su profundidad y dramatismo es el caso de Manuel, joven trabajador, de 23 años.

«…Era el año 86, a mediados de diciembre. Me habían pagado mi sueldo, así que me fui desde el centro a Franklin. Compré ropa pa’ la Pascua y el Año Nuevo. Después tomé micro pa’ mi casa. Venía sentado y se subieron unos pacos. Tomaron presos a unos cabros que venían en el último asiento, pero que antes de eso habían tirado una pistola a mi lado. Les preguntaron si yo andaba con ellos y dijeron que sí. Me bajaron a patadas. Me subieron al furgón y me llevaron a una comisería. Los chiquillos me metieron en un asalto a un taxista. A los tres días me pasaron al juzgado. El chofer del taxi no me reconoció, pero los cabros seguían asegurando que yo andaba con ellos. Había también un paco que decía que estaba implicado en el asalto. Bueno, me declararon reo por asalto a mano armada…».

Manuel fue condenado a cumplir una pena de tres años y un día, por un delito no cometido, en el penal de Puente Alto.

«…En la cárcel tuve que aprender a sobrevivir y a no meterme en ‘ataos’ pencas. La cárcel es fea, no hay nada. No hay árboles, apenas se veía la cordillera. Un día me llevaron a botar basura a un patio al que no podíamos entrar y vi caleta de gente. Sabís que la encontré super linda. Hacía tiempo que no veía a otra gente…».

Manuel habló de su gran bronca. Alguién pregunta que ha hecho con su rabias durante estos años, después de conseguir la libertad condicional. El dice:
«…Me he pitiado varios condoros. He dejado la ‘cagá’. A veces no entiendo mi agresividad; ando alterado. A menudo empezamos a jugar con mi esposa y después me coloco agresivo. En una oportunidad me levanté de la mesa, sentía algo raro en mi cuerpo, caminé por el living, vi la tele y la hice tira. La destrocé…».

Uno de nosotros le pregunta qué piensa de su agresividad.
«…Desde niño pensé que no podía sentir rabia. Toda la vida me creí ese rollo, pero debo cambiar. Estoy aburrido de ser agresivo. Si a veces me da por golpearme la cabeza».

Le preguntamos: ¿qué piensa tu esposa?
«Mi esposa es un siete. Me saqué la Polla Gol con ella. Me entiende. Es sumisa».

Otro participante interviene, diciendo:
«…Yo me di cuenta que en mi vida me he llenado de muchas rabias, pero me salen en momentos na’ que ver y con las personas que más quiero. A veces exploto y queda la ‘crema’. No me manejo. Y creo que a las mujeres les pasa lo mismo. Ellas también la van teniendo por estos ‘condoros’ que nos mandamos, pero llega un momento en que no aguantan más y nos mandan de paseo. Y pa’ siempre. Y no son sumisas, sino que aguantan…».

ES POSIBLE ENCONTRARNOS CON NUESTRA PROPIA HUMANIDAD OCULTA
Toda la experiencia de este Taller de Desarrollo Personal para Hombres nos sugieren certezas y verdades. Ellas se relacionan a que nosotros no hemos aprendido a expresar realmente nuestras emociones. Que existe un modelo que hace de nosotros hombres duros, insensibles, invulnerables, fríos y competitivos. Que repetimos la historia que vivimos con nuestros padres.

Sin embargo, esta experiencia demuestra que existe la posibilidad de confrontrarnos con nuestra realidad. Los hombres podemos y debemos buscar caminos que tiendan a redefinir nuestra masculinidad. Somos capaces de torcer y transformar esta historia que nos ha tocado vivir. Ser hombres. Ser varones. Es posible encontrarnos con nuestra propia humanidad oculta.

Pablo Espinoza y David Díaz
Facilitadores de Desarrollo Personal para Hombres
Colectivo Soliluna

FUENTE: PUNTADA CON HILO, AÑO 1, Nº 1, AGOSTO 1994