MAGGI VASQUEZ: FEMINISTA POPULAR (1997)
Pocas hojas se han movido, lo que ha sido el «logro» de 30 años de partidos políticos que se han «pasado» los Gobiernos como postas. Sólo la autonomía construye políticas colectivas y comunitarias que acompañen a las mujeres, lesbianas, disidentas, comunidades en resistencia…
Desde una toma de terrenos, una feminista popular y autónoma, en 1997 denunciaba al E$tado $hileno y sus políticas de vivienda y reflexionaba sobre cómo las demás mujeres, sus iguales negaban sus saberes. (Un pensamiento machista y a la vez racista-colonial que solo ve legítimos los saberes de instituciones y academias)
Puntada con Hilo en papel, un periódico que incomodó a las instituciones feministas, N° 28, AÑO 4, OCTUBRE 1997.
MAGGI VASQUEZ, FEMINISTA POPULAR
«EN LA TOMA HAY UN ESPACIO»
x Puntada con Hilo (Sección Entrevistas)
«Siendo una mujer soltera y sin hijos, me metí al comité de allegados, quería ese espacio que todo el mundo necesita para vivir en su propia lógica de vida». Se resiste a las imposiciones pero no rechaza las reglas colectivas, relata la vida en la Toma como un algo matizado que tiene de dulce y de grasa.
Cuenta que en un tiempo se retiró de comité para «hacer otras cosas». Estudió sicología mientras pudo pagarlo, continuó en su grupo feminista y al tiempo volvió a la Toma, que ya tiene cinco años, pero recién comienza a ser reconocida por el estado. Antes, «ni los carteros entraban».
SUEÑO Y PESADILLA EN LA POBREZA
«Vivir en este sector para mi era un sueño, ¡pensar en levantarme y mirar la cordillera nevada!… De chica subía con amigos a la quebrada de Macúl y decíamos ¡te imaginai’ vivir aquí!
Era difícil entrar a la Toma siendo mujer sola, pero yo igual venía a las reuniones y trabajaba todos los domingos de las nueve de la mañana a las seis de la tarde en el Jardín infantil.
Al tiempo me dieron el sitio que era un hoyo no más, pero lo rellené, me conseguí camionadas de tierra e instalé la pieza yo sola.
No tenía baño, y después de haber luchado tanto me di cuenta que me costaba esta opción. Dormía afuera para no llegar, me acordaba de mi infancia cuando llegamos a Lo Hermida y las calles eran de tierra en un tiempo en que yo estudiaba en el Liceo de Providencia y mis amigas eran hijas de ricos porque mi mamá trabajaba allá en casa particular. Hubo un tiempo en que me daba vergüenza decir dónde vivía, después llegué a quererlo, comencé a participar en organizaciones y tomé conciencia de lo qué es ser pobre».
¿Qué es para ti?
– ¡Puchas!… es no tener libertad, eso no quiere decir que los ricos sean libres, tampoco los son, pero nosotros no tenemos acceso a nada… Es sentir rabia en Providencia, recordar cómo añoraba vivir en un departamento, cómo miraba las tiendas y deseaba tener esas cosas bonitas, es seguir deseándolas pero haber entendido que jamás las voy a tener porque los pobres vivimos postergados hasta de lo más básico.
Y no es fácil tener conciencia de ser pobre, me acuerdo que una vez me invitaron a un casamiento de gente de otra clase, y me conseguí ropa prestada por todos lados, y cuando llegué eran puros hipis con chalas artesanales mientras yo iba con tacos prestados, y dije, ¡nunca más voy a cambiar lo que yo soy!
TOMA Y NO «APOYO» ESTATAL
«Postular al subsidio era esperar un siglo, tengo el ejemplo de mis papás que de jóvenes vivieron arrendando y siendo cuidadores de casas ajenas, recién de viejos se ganaron un espacio propio, mi papá lo disfrutó apenas y falleció, mi mamá siempre dice que lo hizo para sus hijas, o sea que nunca trabajó para disfrutar ella misma. Yo no quería eso. Era soltera sin hijos, y en estas cosas el puntaje es por la cantidad de hijos, ¡pero yo no iba a armar mi vida para tener puntaje! En la Toma en cambio me dieron credibilidad por mi trabajo.
MUJER «SOLA»: «ESA»
«Cuando recién me vine para acá, algunas mujeres casadas se referían a mi como ‘la otra’: ‘¡Le avisaste a la otra que hay reunión’, decían. Algunos hombres me faltaban el respeto, un gallo una vez me dijo: ‘señorita con poto de señora’… Otra vez que yo no podía hacer un trabajo de acá, una mujer dijo: ‘¡no tiene ni hijos y no puede ir, y yo que tengo todos estos cabros, voy!’. Me dio toda la rabia: ¡No tengo la culpa de que usted tenga una chorrera de hijos, yo afortunadamente me cuido porque así lo decidí!, le respondí.
Al tiempo nos juntamos con mi pareja y hace un año y medio tuve a mi hijo Nicolás y la gente comenzó a llamarme ‘señora Maggi’, un hombre cambió, para ellos, el panorama».
¿O sea, tus iguales de clase te discriminaron como mujer?
– Sí, no es nuevo para mi, yo a los 17 años ya estaba en grupo de mujeres jóvenes porque veía eso, después pasé al Malhuén donde me formé como dirigenta. Sé que con las mujeres de la Toma como en otras poblaciones es difícil hacer grupo, son reacias a juntarse, si propones un taller surge la idea de que ‘¡esta galla quiere venir a enseñarnos!’… Es la sociedad.
Con el tiempo me legitimé no sólo por un marido también por mi trabajo, porque con mujeres de Lo Hermida y otros amigos de la Universidad de Chile por ejemplo, hemos organizado las Pascuas populares acá, en fin, yo aporto aunque no siempre entro en la orgánica.
REJAS QUE TE DIVIDEN POR CLASE SOCIAL…
«La demás gente del sector tiene distintas actitudes hacia nosotros. De los departamentos y los condominios han dicho: ‘¡que los echen, este sector no es para gente callampera!’, pero también hay quien nos apoya. Claro que a veces conversas con alguien en la micro y cuando le cuentas que vives en la Toma cambia el trato. Mucha gente se imagina una especie de mal vivir, y aunque no somos ningunos ángeles esta es una población tranquila, aquí no hay clandestinos y se ha expulsado a vendedores de pasta base. De los ricos de Peñalolén no sé porque no los vemos…
O ellos no los quieren ver a ustedes…
Tal vez. Hay límites entre la Toma y la gente que vive en las casas buenas. Las parcelas miran para el otro lado y en todo este sector, hay rejas que te dividen por clases sociales. Incluso los condominios clase media las ponen. Gente de acá ha querido pasar con carretón por las calles de la Villa y los guardias le han cerrado el paso.
Maggi aprendió a reírse del clasismo, «igual me relaciono bien incluso con esa gente que te parai’ y te sacuden la silla». Sonríe porque con su compañero se construyen además de un bonito jardín, un espacio cálido. Pero no disfraza la realidad, reconoce que la ciudad hace la vida abrumadora para muchos pobladores de la Toma, «las reuniones, las organizaciones con gente de fuera no resultan por la distancia», y en un orden urbano que no es para mujeres pobres con guagua «subirse a la micro con coche y bolso, es toda una odisea», asimismo la cuestión laboral, nuestra entrevistada, para asistir al puesto de ropa usada en ferias libres que trabaja con una socia, se apoya dejando a su hijo con amigas «porque mi pareja también tiene que trabajar y en las salas cunas de la Junji hay 40 guaguas en lista de espera». El broche de oro es que en las privadas la media jornada cuesta cuarenta mil, lo que ella gana en todo un mes.
FUENTE: PUNTADA CON HILO Nº 28, AÑO 4, OCTUBRE 1997