Macarena: 7 años de impunidad

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En su vida personal, aunque la gente que había dejado en Santiago, la hubiese preferido cerca, Macarena les relataba lo feliz que estaba por los nuevos rumbos de su vida en el Sur, “y por eso su madre y hermanas dieron gracias en su funeral, porque ella había sido feliz ahí”.

Ella, como la mayoría de las mujeres activistas y con hijos, no cesó su participación política por estar embarazada, la prosiguió ya que su objetivo era “ser felices en su territorio”, y luchar por la tranquilidad de la comunidad que les había acogido.

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A 7 AÑOS DE IMPUNIDAD EN $HILE CONTRA LA DEFENSORA MAPUCHE DE LA TIERRA Y EL TERRITORIO

MACARENA EN LOS OJOS DE SUS LAMIÉN

X victoria aldunate morales, Lesbofeministas antirracistas Tierra y Territorio

Venía de la capital donde había sido trabajadora de servicios, mesera y había trabajado en lo que hubiese cupo para poder sobrevivir. Antes había se había criado en el campo.

Juntos con su compañero de vida, Rubén Collío Benavides y sus tres primeros hijos decidieron irse a vivir a Wallmapu (territorio que el Estado chileno nombra como “La Araucanía”).

La decisión familiar tenía por objeto comenzar una “nueva vida” de auto-sustento y criar a los niños en cercanía con la ancestralidad y memoria mapuche.

Cuando vivía en Santiago a los 30, decía que “antes de hacerse vieja quería cumplir su sueño”, irse a vivir al Sur.

Cuando la mataron ya llevaba tres años cumpliéndolo y tenía 4 hijos.

En Santiago Macarena y Rubén habían intentado salir de la pobreza.

Él se había criado en población y la vida había sido de carencias.

Macarena tenía cuarto medio y apañó a Rubén para que lograra estudiar una carrera universitaria durante años, trabajando y cuidando a los hijos. El estudiando y trabajando.

Al cabo de unos años tenían dos hijos y decidieron tener un tercer hijo porque sintieron que estaban logrando una cierta estabilidad.

Rubén trabajaba en una oficina como ingeniero ambiental y llevaba el pelo muy corto, mientras que Macarena se dedicaba a la crianza y ya no tenía que salir a ser explotada en trabajos malpagados que le robaran su cercanía familiar.

Pero, ambos sentían que eso no era todo. A decir de Rubén “la máquina de la vida winka nos había pillado”.

Fue en un momento así de la vida, en que Rubén se encontró con una organización mapuche de la warria, y comenzó asistir cada sábado. Al cabo, comenzaron a ir juntos con Macarena y los niños.

Desde esa participación surgió la conciencia de ser mapuche y no solo “descendientes de mapuche”, como les habían dicho muchas veces en sus familias y entorno.

“Fue una revelación importante para ambos, ya no queríamos vivir como winkas” (nos explicó alguna vez Rubén).

Ese camino ya no tenía vuelta atrás. Decidieron irse al Sur. Primero a otra localidad, pero por una casualidad que ellos agradecían todos los días, llegaron a Liquiñe.

Se fueron a vivir a la comunidad ancestral Quillempán en Tranguil, que luego junto con Julia Quillampán, llamaron “Newen de Tranguil”.

Llegaron con tres hijos chicos y decidieron casarse a través de una ceremonia mapuche. Luego ella decidió tener un cuarto hijo porque era el territorio en que deseaba vivir para siempre.

Todo parecía estar resultando como ellos habían querido y como Macarena había soñado.

Solía repartir su tiempo entre el activismo y el cuidado de sus hijos.

Se había ido especializándose de manera autodidacta en conocimientos ecologistas y la conservación de alimentos, había aprendido sobre los daños para la salud de la carga electromagnética, sobre sus consecuencias de cáncer, tumores, malformaciones y hasta muerte –todo ampliamente documentado-.

“Estudiaba sola o conmigo. Ella igual aprendía”, relataba Rubén.

Macarena se estaba preparando para entrar –ahora- ella a estudiar alguna carrera que la removiera. Le gustaba lo ambiental y tenía el espíritu de la educación popular, aprendía-enseñando. Todo lo que aprendía, lo transmitía a las demás.

Le gustaba juntarse con otras mujeres y aleonarlas sobre su libertad y sobre no aguantar malos tratos.

“Tenía pasta de psicóloga la negra también”, decía Rubén, “hablaba con las demás mujeres con una tremenda facilidad, no todas las mujeres pueden hablar con otras mujeres. Pero ella sí”.

Macarena fue un aporte en la Comunidad Newen-Tranguil. Capacitó a sus amigas y otras lamién, en conservación de alimentos para que las cosechas que sólo se dan en algunas épocas del año, pudiesen alimentar a la comunidad el año entero. También explicaba a la gente sobre los daños de las empresas eléctricas.

En su vida personal, aunque la gente que había dejado en Santiago, la hubiese preferido cerca, Macarena les relataba lo feliz que estaba por los nuevos rumbos de su vida en el Sur, “y por eso su madre y hermanas dieron gracias en su funeral, porque ella había sido feliz ahí”.

Ella, como la mayoría de las mujeres activistas y con hijos, no cesó su participación política por estar embarazada, la prosiguió ya que su objetivo era “ser felices en su territorio”, y luchar por la tranquilidad de la comunidad que les había acogido.

Allí hizo amigas y descubrió hermanas de lucha. Se organizó con las mujeres de la comunidad, aprendió mapudungun e historia mapuche.

“Yo vivo en un paraíso”, decía. Porque abajo tenía un río, que según ella era su piscina, y nadie más tenía su paraíso. Mostraba su huerta orgullosa, hacía chiquero, cosía a mano y con el computador ponía música y bailaba.

La vida familiar era comunitaria, participar en reuniones para no dejar que pasara la empresa R.P. Global, hacer corte de camino para obstruirles el paso y darse chance a cambiar las disposiciones de las instituciones; juntarse con las mujeres, tomar mate con las amigas, hablar en la lengua, aprender-enseñar.

El día que lograron con un corte de camino hacer retroceder –por unas horas- a la empresa con su proyecto de central hidroeléctrica, celebró con sus lamién: “¡Ya no nos mataron!”, le dijo Macarena a Julia Quillempán. “Ya no”, le respondió su lamién, “pero como yo me voy a ir primero, porque usted es más joven que yo, le cuento que yo tengo donde me entierren en el cementerio de mi familia. Para que les recuerde, si me pasa algo que ahí quiero estar”…

Macarena se quedó pensando: “Yo no tengo dónde lamién”. “No importa”, le respondió su amiga Julia, “le doy un ladito en el cementerio de mi familia”.

Rieron de sus ocurrencias y siguieron con la mateada de celebración de su acción contra la empresa R.P. Global.

A los pocos días, Macarena estaba enterrada en el cementerio familiar Quillempán.

La tarde del lunes 22 de agosto de 2016, cerca de las 16:30 horas, Macarena Valdés Muñoz apareció muerta en Tranguil. Su cuerpo estaba colgado de una viga de su propia casa.

Las instituciones policial y de justicia, pertinentes presentaron la muerte de Macarena como suicidio, pero ¡quién podía creerlo de una mujer como ella, luchadora, alegre y peleadora cuando tenía que pelear!.

Los primeros registros de autopsia mostraban que la vértebra cervical de la víctima no se había roto, hecho físico inevitable cuando alguien se suicida colgándose. A pesar de ello, el certificado del Servicio Médico Legal chileno decía “muerte por asfixia y ahorcamiento” y el caso fue caratulado en tribunales de Panguipulli como “suicidio”.

LA VERDAD YA LA SABEMOS, EL E$TADO NO LA QUIERE RECONOCER

(Imágenes: Victoria de Concepción)