A propósito del Racismo de Bachelet (Enero 2008)

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Y es que el Patriarcado es racista por esencia ideológica, sistémica, doctrinaria (Guillaumin 1992); es odiosa en su proyección de la maldad en el otro (Sartre 1945). Racismo y Patriarcado son un matrimonio bien avenido, una familia feliz, blanca, masculina, imperialista, invasora. Dentro de ese matrimonio, «mujer» es poder subalterno que muchos consideran “matriarcal”, y no es un mal término ya que alude a una lógica ficticia (verbal e ideológica) parecida a la de “patriarcal”. Sólo disiento en la interpretación de que “lo matriarcal” sería feminista. No lo es.

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Catedral de Santiago 2008, manifestaciones contra Bachelet (foto Ximena Riffo)

…»El racismo se grabó en el corazón de los que arremeten contra comunidades mapuche que resisten a las trasnacionales en el Sur de Chile, en el Wallmapu, ordenando allanar, encarcelar y matar. Comenzando por la presidenta de la República de $hile, Michelle Bachelet Jeria, y su coalición de “Partidos por la Democracia”; siguiendo con Bernales, Director de Carabineros de Chile, responsable del actuar de sus fuerzas especiales, continuando con cualquier intendente, ministro o ministra del interior nuevo o renunciado, que sea parte de las políticas de los 17 años de la Concertación: políticas de negación y sordera ante las reivindicaciones mapuche, que no pueden si no, ser radicales como lo fue el saqueo y la recolonización criolla.

Bachelet está al mando del gobierno actual, y la Concertación, a la que ella adscribe y defiende, ha estado al mando del gobierno de Chile desde el año 1990. Son los que han elegido aplicar la Ley antiterrorista de Pinochet a l@s mapuche, para defender intereses de privados trasnacionales y oligarcas. Son quienes no han derogado, si no “reformado” una y otra vez, la Constitución de Pinochet porque les sirve para reprimir cualquier movimiento de liberación.

RACISMO MUJERISTA

El racismo en el pensamiento de las que creen que deberíamos callar ante la brutalidad cometida por una mujer porque ella es mujer. Como si el cuerpo, la vulva, el útero, fueran alguna definición “divina por naturaleza”. Como si “mujer” fuese una raza superior. O como si el dolor femenino producido por el patriarcado fuese una carta debajo de la manga, que le diera derecho a la mujer con poder institucional para criminalizar. El racismo –claro- no sabe ni reconoce que se llama así las que lo reconocen son las que sistemáticamente lo viven. Al nombrarlo podemos hablar con otras para un proceso colectivo de dejar de ser solamente víctimas. Cuando no lo nombramos no es que no esté pasando, es solo que no nos estamos deteniendo en el lenguaje. La única diferencia entre la institución llamada academia -léase universidad y su profesionalización de los saberes- y lo que elaboramos en las calles y acciones, es que la docta está ocupada de instituir “verdad”, mientras todas las demás, de defendernos.

El machismo, ya sabemos (las que queremos saber), cómo hace lo que hace porque lo hemos vivenciando viniendo de cualquier hombre y también de otras mujeres que eligen conscientemente o no, asumir el paradigma patriarcal. De esa elección son responsables las que eligen, tal como un agresor es responsable de agredir. La provocación no existe: está en los ojos del provocado. En sus ojos y en lo que elige para conservar sus privilegios y posición social -haga o no haga conciencia de lo que está eligiendo-. Cuando hago referencia a la “conciencia” pienso en la “autoconciencia” que nos ha hecho feministas a las feministas, como una de nuestras estrategias más éticas y revolucionarias.

Tengo que explicar por el ambiente verbal ambiguo al que estamos asistiendo en este nuevo siglo: Cuando hablo de “agresor” no hablo de la que se defiende. Un porcentaje no menor de mujeres que viven violencia, comienzan a defenderse luego de algunos años de golpes. El día que ellas devuelven el golpe, si alguien las ve, dice: “es que ella también le pega”, siendo incapaces de ver más allá del instante congelado. No ven procesos. Así mismo, dignos retoños de Pinochet criados bajo el terror, la culpa, la misoginia, la idea de pureza, de virginidad, de “la otra mejilla”, de sacrificio y santidad, asumen que los mapuche en resistencia “son los violentos”. Niegan todo contexto histórico porque se los borraron y les conviene. Los mapuche rebeldes terminan siendo, para ellos, los invasores. Pero los que opinan así no los llaman invasores, claro (esa es palabra nuestra) sino “delincuentes” (¿mi fuente?: vecinas, conocidos, hasta amigos.

¿Será por cosas como estas que Bachelet repuntó en las encuestas?

¿Será por cosas como estas que muchos no quieren que le llamemos femicidio al femicidio?»…

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